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El monarca hizo una pausa para observar la reacción de Isabel, la cual se limitaba a escuchar sin mover un solo músculo, impidiendo así que el rey percibiera la rabia y llanto contenidos.

– Por último – continuó Felipe II –, en vista de que vuestra relación con los jerónimos es de todo punto imposible, la vivienda en la que os acomodaréis está situada junto al convento de los agustinos, los cuales se encargarán de la educación del niño hasta que se convierta en un hombre. En ese momento, vendrá a visitarme y en función de sus aptitudes planificaremos su futuro en los quehaceres del imperio.

Tras la última palabra pronunciada, el monarca dio media vuelta y sin mediar despedida alguna desapareció por la misma puerta por la que había ingresado hacía tan solo unos minutos.

Nada más quedarse a solas, Isabel rompió en un llanto desconsolado acompañado con lamentos desgarradores. En ese estado permaneció en completa soledad durante casi una hora. No había pasado desapercibido para ella, que en ningún momento el rey se había referido a Álvaro como hijo propio. Una vez mitigada en parte la rabia contenida y habiendo recuperado el control de sus actos, acudió junto a la cuna del bastardo del rey, que en ese momento dormía plácidamente.


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