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Era costumbre de los marineros, agradecer a Dios Todo Poderoso haber llegado sanos y salvos después de una travesía tan aventurada. El propio fray Pedro ofició una misa junto con el Dean de la catedral y acompañados por sus cuatro hermanos jerónimos.

Tras el acto litúrgico, y mientras la marinería se dirigía a los burdeles de la ciudad y cuatro de los frailes jerónimos buscaban aposento en el convento adyacente a la catedral, fray Pedro y el comandante Alvear se dirigieron a la fortaleza para entrevistarse con el gobernador.

Una vez presentadas sus credenciales, solicitaron avituallamiento para la flota y notificaron que era voluntad de Su Majestad que todas las calles aledañas a la catedral fueran empedradas con adoquín español, por lo que era necesario enviar hombres y carros al puerto para descargar la piedra acopiada en las bodegas de los galeones.

El gobernador, consciente de la firmeza con la que el comandante asentía a las explicaciones del religioso, no dudó un instante en facilitar todo lo que le fue solicitado.


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