Читать книгу El tesoro oculto de los Austrias онлайн
90 страница из 139
Tras una revisión de urgencia, el jefe de carpinteros informó que no habían detectado deterioro alguno en el casco.
– Por suerte, mi comandante – explicaba el carpintero con una sonrisa -, esta vez ha sido más el ruido que las nueces.
– Por suerte, ¡voto a Dios! – confirmó Antonio Alvear -, porque con la embestida que hemos tenido con el otro navío lo suyo es que los dos estuviéramos ahora siendo pasto de los peces.
Tardaron un día completo en reagruparse los 15 barcos de la flota, ya que con la tempestad habían quedado totalmente dispersados. Todos ellos estaban en perfecto estado para la navegación, aunque en la mayoría había varios heridos de distinta consideración y en algunos, al igual que en el San Cristóbal, habían perdido a alguno de los tripulantes que por no estar convenientemente amarrados habían caído al agua sin posibilidad alguna de ser rescatados.
Después de la tempestad surgió un espléndido día soleado, que incitó a los hombres que se habían refugiado en el interior del barco a subir a cubierta. Fray Pedro fue el primero en aparecer y rápidamente fue al encuentro del comandante para compartir con él la buena nueva del cambio experimentado en su organismo, probablemente provocado por la propia tempestad y también por las numerosas plegarias que había dirigido al Altísimo. En definitiva, lo importante era que los mareos habían cesado y a partir de entonces estaba presto para colaborar en todos los quehaceres en los que pudiera ser útil.