Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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En cualquier caso, conviene subrayar que ninguna periodización de la transición es políticamente neutra. Así, se ven «pretransiciones» en 1956 o 1962, fechas que hay quien considera, incluso, como fechas de inicio de la propia transición, aunque para esto sean más frecuentadas las de 1969, 1973 o 1975. Y algo similar pude decirse de cuando se modulan los posibles finales del proceso en 1979, 1982 o 1986. Por supuesto, el hecho de que las distintas periodizaciones estén políticamente cargadas no inutiliza necesariamente su valor heurístico, pero sí debería exigir mayores esfuerzos de precisión y clarificación. Sobre todo, porque al final, el «baile» de fechas y conceptos es tal que nada termina de ser completamente reconocible. Así sucede con la prolongación en el tiempo de una serie de crisis del régimen que no se sabe muy bien en qué lugar dejan a la transición, o con la prolongación de las «etapas» de la transición, que empezando por el «hecho biológico» concluirán siete años más tarde.ssss1 Todo esto por no entrar en la problemática de la existencia de múltiples y variopintas «transiciones» (económica, social, cultural, militar, eclesiástica, de la prensa, municipal...) que terminan por «devorar» todos los procesos fagocitándolos en un solo «concepto». Y no otra cosa puede decirse de las sucesivas y parece que ilimitadas transiciones: la primera, la segunda, la tercera presente o la cuarta futura. Todo a placer. No deja de ser sintomático en este sentido que haya autores que, aunque con contribuciones relevantes, no puedan evitar la tentación de diferenciar entre una «Transición de la dictadura a la democracia» (1975-1982) y una «Transición como periodo histórico» que sería en la que estaríamos instalados desde hace cuarenta años.ssss1

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