Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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Tampoco es muy diferente el discurso en lo tocante al papel decisivo de las élites en la otra construcción alternativa, en la del mito –negativo– de la transición. Porque, aquí, dado el supuesto de que la transición concluyó con una democracia incompleta y «deficitaria», no hay más que subrayar las continuidades de todo tipo respecto al franquismo. Y no hace falta esforzarse mucho en encontrar a los responsables de todas estas continuidades. De un lado, es casi una tautología, las élites franquistas. Y por aquí se articularán visiones más críticas de las posiciones, cambiantes, del rey, de Adolfo Suárez y de tantos otros cuya conversión a la democracia habría sido eso, una «conversión», además tardía y de inciertos ritmos, tiempos y límites. Pero, de otro lado, casi como complemento necesario, las élites procedentes del antifranquismo no saldrían mejor paradas. Por supuesto, caben aquí todos los matices que se quieran, pero en general podría decirse que esas élites antifranquistas no supieron analizar correctamente las sucesivas situaciones y no supieron estar a la altura de las circunstancias. Se trataría de actores, sectarios a veces, oportunistas en ocasiones, propensos a claudicar cuando no a traicionar. Y, claro está, dispuestos a desmovilizar, a derrochar podríamos decir, ese supuesto capital político políticamente imbatible que habría sido la movilización popular.

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