Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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Como quiera que generalmente hay una correspondencia entre las valoraciones, positivas o negativas, de cuestiones y actitudes parciales y el «juicio» de conjunto sobre la transición, lo que viene continuamente retroalimentado es el mito, en positivo, de la transición, pero también el no menos mito, en negativo, de la transición. Es decir, se trata, en suma, de la existencia de dos relatos que se articulan desde la voluntad, a veces explícita a veces implícita, de intervenir retrospectivamente en los procesos; casi como si hubiera una necesidad de saldar cuentas con el pasado, en ocasiones más personales que colectivas. Una vez reconocido que hay un mito sacralizador de la transición y otro mito demonizador de esta y que ambas construcciones míticas tienen una poderosa capacidad para articular cada uno de los relatos, podríamos dar un paso más a la hora de localizar alguna otra semejanza significativa.

Y la más importante de las semejanzas es, desde mi punto de vista, aquella a la que remite al propio título de este texto: la que se refiere al tratamiento del papel de las élites. Esta aseveración podría parecer obvia en lo que tiene que ver con la visión sacralizada, positiva, benevolente, hegemónica si se quiere, de la transición. En efecto, desde esta perspectiva todo puede aparecer como algo beatífico, casi como un concurso de santos: desde el rey a Suárez pasando por Álvarez-Miranda, desde Santiago Carrillo a Felipe González, pasando por Alfonso Guerra y algunos más, y así sucesivamente hasta configurarse una especie de desfile de actores que parecerían como ungidos por la historia para llevar a feliz término la más dificultosa de todas las tareas históricas imaginables, la de la transición española a la democracia. De una forma más elaborada, se puede hablar de «élites», de élites reformistas provenientes del régimen franquista y de las élites procedentes del antifranquismo, pero en última instancia el discurso no cambia: todas hicieron lo que debieron, todas fueron conscientes de la importancia del momento histórico, todas contribuyeron, con su lucidez y sentido de la responsabilidad, a crear y recrear el gran instrumento que hizo posible la transición: el consenso.

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