Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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Quienes condenan la transición como fuente de todos los males y quienes la bendicen para hacer sus logros intocables, intangibles, y si es posible regresivos, tienen muchas veces algo en común: se remiten, unos, a la bondad de las élites, y otros, a la traición de las (otras) élites. Algo tienen en común, como decimos, la ignorancia o menosprecio de las actitudes de la gente común; ya se sabe, siempre ignorante, siempre manipulada...

No siempre, pero con frecuencia, los defensores de la transición disparan todos sus dardos, cuanto más envenenados mejor, contra los defensores de la memoria histórica y en general de una visión positiva de la Segunda República. No siempre, pero con frecuencia, los críticos extremos de la transición sitúan el punto de mira en el llamado «pacto de silencio» –entre las élites, claro– e insinúan la existencia de insondables equidistancias en los críticos de la memoria histórica respecto de los juicios sobre la República y el franquismo. Por mi parte, solo quiero recordar tres cosas. Primera, que la transición a la democracia en España es una parte cronológicamente delimitada (julio 1976-diciembre 1978) de un proceso mucho más amplio, el de la conquista de la libertad. Segunda, que en los procesos de la conquista de la democracia el gran protagonista es, históricamente, casi siempre, el pueblo. En nuestro caso, así fue el 14 de abril de 1931, o en los primeros meses de 1976, o en el segundo semestre del mismo año, o en los meses sucesivos... En fin, que menos en lo de la Monarquía, por la que el pueblo español no ha votado nunca, la sociedad española siempre ha sido el gran protagonista en los procesos democráticos. ¿Demagógico o de Perogrullo? Porque, en efecto, a estas alturas lo que podría constituir una perogrullada –afirmar que la actual democracia fue fundamentalmente una conquista democrática– puede parecer demagógico.

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