Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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APOSTILLA

No soy ni pretendo ser en absoluto el único y mucho menos el primero en subrayar el papel decisivo de la sociedad en la conquista de la democracia, aunque tal vez convendría recordar que no siempre se ha subrayado con la suficiente claridad que ese protagonismo funcionó en las dos direcciones: como impulsor del proceso y como marcador de ciertos límites y lindes. Por supuesto, esta interpretación no impone una lectura ni beatífica ni demonizada de nada: ni de las actitudes sociales ni de la propia transición. Esta última estuvo lejos de ser perfecta –ninguna lo es–, pervivieron elementos del franquismo y quedó mucho por hacer en el terreno de los aparatos del Estado, los mecanismos represivos, las redes clientelares, la presencia eclesiástica y, por supuesto, en el de la justicia y la verdad históricas. La propia Constitución adolece de algunas contradicciones y carencias democráticas –la Corona, las Fuerzas Armadas, la configuración territorial...– que la hacen claramente perfectible. Sin embargo, no está escrito en ninguna parte que una democracia no pueda ir superando sus problemas y, mucho menos, que no pueda hacerlo a lo largo de cuarenta años. Otra cosa es que esos cuarenta años se hayan utilizado, no para corregir los posibles déficits democráticos de la transición, sino para blindarlos y ampliarlos.

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