Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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El hecho de que una movilización sin objetivos políticos explícitos estuviera lejos, aun así, de tener la amplitud que se esperaba revela algo que los estudiosos conocemos perfectamente, aunque a veces se nos olvide cuando lo proyectamos sobre la transición: el peso de los traumas. Como apuntábamos más arriba, de los traumas y no de un trauma. Porque estaba, desde luego, el de la Guerra Civil y, como se sabe, este trauma tenía un legado, casi un imperativo para la inmensa mayoría de la población, el de nunca más una guerra civil. Junto a este trauma estaba el de la represión, la brutal de la posguerra, la continuada en lo sucesivo y la que se experimentaba en esos mismos momentos, y por motivos bien reales, en las fábricas, en las calles, en las comisarías. Porque, en efecto, había violencia;ssss1 y había lo que con frecuencia se olvida, miedo.

Todas estas cuestiones se complementaban a la perfección a la hora de explicar la actitud mayoritaria de unos españoles que, en efecto, querían democracia, pero no al precio de una guerra civil o de sufrir nuevos episodios represivos. Y en este sentido, y por estas razones, es por lo que Suárez pudo recuperar la dirección del proceso. Porque, en efecto, fue ahora cuando el lenguaje gubernamental vino a conectar, mejor que el de la oposición, con el de la sociedad. Era esa especie de mandato popular de democracia sí, pero sin traumas que pudo explicar entre otras cosas el éxito indiscutible del referéndum de diciembre sobre la reforma política.

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