Читать книгу Si tuviera que volver a empezar.... Memorias (1934-2004) онлайн
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El Estado Mayor y los diversos servicios de la división: Sanidad, Transportes, Ingenieros Zapadores, Ingenieros de Transmisiones, Artillería, etc., estaban ubicados en un amplio edificio que había sido colegio o convento religioso, emplazado en el centro de la ciudad. Al día siguiente de mi llegada y en el recinto del Estado Mayor, me sorprendió ver al comandante Trigueros. Le abordé de inmediato ante la sorpresa de Ródenas y Herranz que me acompañaban. Yo suponía que estaba de visita y cuál no fue mi alegría al decirme que estaba al mando de la división. Me dijo que se alegraba de verme y conocer que un antiguo combatiente de la FUE estaba encuadrado en su unidad como oficial.
El capitán Ródenas había realizado el servicio militar hacía años en el Regimiento de Transmisiones de El pardo, donde realizó estudios para obtener el empleo de brigada y se había especializado en radio. Como su padre tenía un buen negocio en Chinchilla (Albacete) abandonó la carrera militar y por ello al inicio de la guerra civil lo ascendieron inmediatamente a teniente. Era sumamente inteligente y con una capacidad de mando fuera de lo común. Colaboré como pude a su deseo de constituir una compañía de transmisiones con una formación técnica adecuada y especialmente rápida en el trazado de líneas de comunicación, instalación de centralitas y su debida utilización, independiente de la instrucción precisa en nuestra arma, para resistir marchas y eventualidades en campaña. De los cinco tenientes, cuatro mandaban secciones y yo de teniente ayudante. Excepto el teniente Esteban, que como queda dicho nos incorporamos juntos, los otros tres no mantenían una relación muy cordial con el capitán ni con el comisario. Me di cuenta de que era debido a que encontraban muy rígidos los métodos organizativos del capitán. También algunos de los sargentos y soldados mostraban su malestar por la dureza de los ejercicios que realizábamos en el parque de la ciudad. Esto último me afectaba a mí, y por tratarse de soldados de reciente incorporación yo trataba de ayudar al comisario Herranz, inculcando a los soldados –movilizados por sus quintas–, la realidad de que cuanto más preparados nos encontrásemos, técnica y físicamente, menor peligro nos supondría nuestra actuación en el frente, ya que la denominación de nuestra unidad «Ejército de maniobras» ya nos anticipaba que no se iba a tratar de un desfile militar.