Читать книгу Si tuviera que volver a empezar.... Memorias (1934-2004) онлайн
83 страница из 121
Independiente de los tenientes y soldados que, a regañadientes, se habían acoplado al ritmo de trabajo, quedaba aún un grupo muy reducido de soldados que tenían los mejores destinos por encargarse de las centralitas, la mayoría de ellos estudiantes y con los que tuve fuertes roces por observarles lentos y poco eficaces en su función. Se acentuó esta tensión cuando me enteré de que estaban molestos conmigo porque desde un principio les obligué a hacer la instrucción con el resto de la compañía. Algo debió de influir en mi actitud al encontrarlos indiferentes a los acontecimientos bélicos cuando se recibían noticias de los frentes favorables a nuestras fuerzas, faltos por tanto del entusiasmo que a mí me sobraba. No estaban obligados a tanto, al fin y al cabo estaban allí porque su quinta había sido movilizada. Pero ello no implicaba que no me molestase su indiferencia. No lo podía remediar. Para complicar aún más la tensión aducían que a ellos solo les correspondía realizar las prácticas con las centrales telefónicas de campaña y se quejaron al capitán Ródenas. Éste, que estaba contento con la puesta a punto de la compañía, nos convocó a todos los tenientes y sargentos con la presencia del comisario Herranz y al exponernos las protestas de este grupo solicitó el criterio de cada uno, excluyendo, como es obvio, el mío y sorprendentemente todos estuvieron de acuerdo en calificarlos de señoritos y comodones. A la vista de ello había que responder con severas advertencias. El comisario manifestó que esto entraba en su misión. Los reunió a todos y les invitó a seguir con las normas establecidas, ya que de otro modo el mando estaba dispuesto a relevarlos de sus destinos y trasladarlos a los menesteres del resto de la compañía. Ello iba a suponer un contratiempo por tener que preparar a nuevo personal en el uso de las centralitas y se podrían imponer sanciones que él, como comisario, no podría evitar. Aunque a la vista de esta advertencia respondieron que acataban las órdenes sin reservas, no por ello se acoplaron al trato amigable que yo tenía con el resto de la compañía. Pero se distinguieron en ser de los más disciplinados en actos militares y de servicios, evitando caer en el más mínimo error. En el orden personal, fuera del servicio, se limitaban al saludo reglamentario, manteniéndose siempre a distancia. Sensible al proceder de estos soldados, que eran sobre unos catorce o dieciséis, en el conjunto de ciento treinta que constituían la compañía y por tratarse de estudiantes en su mayoría, simple vínculo por el que me sentía afectado, decidí no darle mayor importancia y limitarme a observar su comportamiento militar.