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Los héroes marchaban a la guerra, a enfrentarse a Maki y a sus esbirros malditos. Maki era un hechicero oscuro, un maestro de las artes ocultas. Había llegado a los bosques de Eloth maquinado por la ambición y siguiendo una vieja leyenda que prometía que, entre aquellos milenarios árboles, yacía oculto un formidable poder. Los guerreros de Eirian, negados a que su bosque fuese profanado por un alma maldita, partieron al crepúsculo a detenerlo. Y no fue hasta el crepúsculo siguiente que regresaron.
Con las montañas de Morth a sus espaldas y la fría luz matutina brillando sobre sus escudos, emergieron del bosque. Sus cuerpos abatidos y la drástica reducción en sus números evidenciaban lo cruenta que había sido la batalla.
Baris, el druida, alzó la voz y proclamó la victoria sobre el hechicero. Informó al resto del clan que, tras una larga contienda que se había prolongado toda la noche, Maki había sido satisfactoriamente repelido. A pesar del cansancio y las heridas, habló con voz clara y firme. También hizo saber que las bajas habían sido significativas, y que entre los caídos se hallaba el rey Sarbon.