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Capítulo 2

Cual fuego de las entrañas

Los años pasaron en el reino de Eirian. Como bien había anticipado Baris, lo trágico de la gran batalla se fue desdibujando con el devenir de los veranos hasta convertirse en un recuerdo glorioso. Las heridas eran ahora hermosas cicatrices. En ese mismo lapso, Sedian se había convertido en un hombre. Tenía los cabellos negros como el núcleo de la noche y un rostro andrógino de facciones perfectas. Su cuerpo era delgado y compacto, de cintura estrecha y hombros anchos. Su piel, tersa cual porcelana. No era rey como su padre, pero su osadía batalladora y el respeto que mostraba por los ancianos le habían valido una posición de privilegio dentro del clan. Era uno de los hombres más respetados –y temidos– de aquellos bosques. Lo apodaban la sombra de la libélula.

Junto a él –a la vera de un lago– una hermosa mujer lo contemplaba hechizada. Su nombre era Zura. Ella estaba enamorada de sus ojos profundos, de su piel de marfil, de su inalterable templanza.


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