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Ni bien se acusó su presencia, un muchacho delgado y muy joven –más joven que Sedian– se les acercó. Era dueño de un caminar errático y un cuerpo desgarbado. No tenía la presencia de un guerrero, pero aun así a su derredor se percibía un aura de maciza autoridad. Sedian lo conocía muy bien, era Owen, el hombre de cristal, su primo hermano.
Cuando estuvo frente a ellos, el muchacho saludó a Zura con una educada reverencia y se expresó.
—Primo –dijo con su voz profunda–, te estábamos esperando.
—Mi rey –replicó Sedian con tono inexpresivo al momento que agachaba levemente la cabeza–. ¿En qué puedo servirle?
—Se hace preciso tratar un tema de suma urgencia –repuso el muchacho–. Por favor, acompáñame. Un concilio se ha formado en el templo y tu participación es requerida.
Mientras el rey Owen avanzaba hacia el punto de reunión, su primo, tal y como la tradición dictaba, caminaba a sus espaldas. No era ningún secreto que muchos ciudadanos de Eirian admiraban esta escena con extrañeza y desencanto. La misma extrañeza y desencanto que habían sentido cuando la corte druida le había entregado a él, y no a Sedian, el legendario anillo del rey –el mismo que Sarbon, años atrás, y vaticinando su destino, había voluntariamente depositado sobre el altar del templo antes de partir a la batalla–. Este rechazo generalizado hacia la decisión tomada por los maestros no tenía nada que ver con Owen en sí mismo, quien no solo era el último eslabón de un linaje milenario, sino que también era considerado un líder justo y ecuánime. Pero Sedian, por su parte, con todo su poder y belleza, era el perfecto arquetipo del orgulloso guerrero nórdico. Además, su padre había sido Sarbon, rey guerrero por antonomasia. Por esto, muchos hubiesen preferido ver la insigne corona sobre sus oscuros cabellos. El actual rey no era ajeno a esta disconformidad, y poco después de su nombramiento, y tomándose el atrevimiento de desafiar la decisión de los druidas, había ofrecido el anillo a su primo. Para su sorpresa, este lo rechazó alegando que él, Owen, debido a su mente expeditiva y nobleza espiritual, era el indicado para gobernar aquellas tierras. Desde entonces, Owen había demostrado ser un digno monarca, ganándose el respeto de su pueblo.