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—Por favor, siéntense y pónganse cómodos –los invitó Baris, el amable y hermoso anciano que aún entonces ostentaba la influyente posición de primer druida y, por supuesto, el anillo ligado a dicho cargo–. Hay una terrible noticia que me veré obligado a comunicarles.
Capítulo 3
La sombra de hechicero
En la cima de una escarpada montaña, una figura alta y poderosa contemplaba el bosque de Eloth con inquebrantable atención. Los vientos andinos lo azotaban y hacían bailar su abundante y eléctrica cabellera. Si bien semejaba a un hombre a primera vista, hacía mucho que la humanidad lo había abandonado.
Presentaba un rostro sin tiempo ni edad, de pletórica firmeza. Sus pómulos eran prominentes y sus ojos completamente vacíos, sin iris ni pupila, permitían al desafortunado espectador contemplar un alma muerta.
Volviendo su ya terrorífica imagen aún más atroz, toda la piel que revestía su delgada constitución evidenciaba la herida del fuego, testificaba con deformaciones el eco de quemaduras infernales, el horror de haber sido quemado vivo.