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—Señor Trout –le dijo Avon con firmeza, otro druida de relevante jerarquía–, opine y pregunte cuanto quiera. Pero cuide sus formas a la hora de dirigirse a nuestro primer druida.

El anciano, malhumorado, deslizó un gruñido y se echó hacia atrás.

—Está bien –calmó las aguas Baris mientras llamas emergentes de la crepitante madera le iluminaba el rostro–, tiene derecho a inquirir. Yo mismo me he preguntado muchas veces cómo es que permitimos que Maki saliese de Eirian con vida.

El silencio volvió a gobernar el templo. Mientras todos contemplaban al primer druida, una pesada lágrima comenzó a rodar por su mejilla. ¿Pero por qué? ¿Qué aquejaba a aquel noble anciano?

Otro hombre, de complexión abultada y también muy anciano, se inclinó hacia delante y lo miró con afecto. Era Eric, el único sobreviviente, aparte del mismo druida, de aquella legendaria batalla.

—Creo que es buen momento, amigo mío –le dijo– para que vuelvas a narrar lo ocurrido aquella noche. Cuéntales a estos jóvenes acerca de la valentía de sus padres.


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