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—Aun así –continuó el mismo hombre–, ¿acaso no basta un escarmiento para que ese viejo brujo comprenda que no es bienvenido en Eirian?
—Muchas veces, para individuos determinados, una victoria inconquistable se convierte en una obsesión. Temo que este pueda ser el caso de Maki.
—Pero ¿cómo es que le perdonaron la vida a tan horrendo individuo? –inquirió bruscamente Trout, uno de los hombres más ancianos del clan.
Trout era, quizás, el hombre más longevo de Eirian. Sus largos años habían hecho mella en su cordura y, por lo tanto, se le dejaban pasar ciertas actitudes y comentarios que a otros se les condenaría. Esto no por respeto a su longevidad, sino por temor. Contradecirlo o intentar silenciarlo implicaría arriesgarse a ser maldecido por un hombre que se hallaba en el ocaso de su existencia. En la cultura nórdica había pocas cosas más nefastas que ser injuriado por un moribundo, un terrible augurio con el que nadie quería cargar. Pero a pesar de este blindaje social que su vejez le otorgaba, intentar acorralar a Baris era imperdonable. Su comentario produjo que instantáneamente cayeran sobre él una lluvia de miradas sombrías.