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Capítulo 4

El concilio druida

En el templo, Owen se sentó a la derecha de Baris, Sedian, a un costado. A pesar de que el rey se encontraba presente, sería el primer druida quien dirigiría el concilio.

—Camaradas y amigos, ahora que todos quienes fueron invocados se han hecho presentes, podemos iniciar –alzó la voz el sacerdote, su voz se oía quebrada y su semblante siempre amable estaba endurecido–. Les adelanto que las palabras que articularán mis labios esta noche no serán alentadoras ni optimistas. Y no sé siquiera cómo empezar a pronunciarlas.

Baris enderezó la espalda, alzó la frente y se dispuso a continuar. Pero no lo hizo. Un profundo malestar retuvo su discurso. Si bien se llevó la mano al pecho, fue claro para todos que no era dolor físico lo que lo aquejaba, sino espiritual. Era como si una daga ponzoñosa e invisible le estuviese atravesando el torso.

—Diga lo que tenga que decir, maestro –dijo Cruth, un druida joven y talentoso. Ni él ni ninguno de los sacerdotes del clan conocían el porqué del concilio que se había invocado, pero aun así apoyaban de forma incuestionable a su mentor–. Nunca han sido desalentadoras sus palabras, tampoco hoy lo serán.


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