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Todos quedaron enmudecidos tras las palabras de Baris. Por un dilatado instante, el crujido entonado por las maderas de la hoguera fue lo único que se pudo oír. Incluso Eric, quien había sido protagonista de aquella afamada batalla, se vio conmovido por el discurso de su amigo.

—Hiciste lo correcto –dijo Owen rompiendo el silencio mientras apoyaba su mano sobre el hombro del druida–. No temas de nadie juicios ni acusaciones. Porque no miento cuando digo que no conozco ni he oído de un hombre de tu integridad y valentía.

—Adhiero a las palabras del rey –se sumó Eric–, si no fuera por ti, hubiese muerto sin conocer a mis hijos más jóvenes y a mis nietos.

Baris asintió con la cabeza y esbozó una sonrisa mecánica. Sus ojos perdidos y vibrantes evidenciaban que aquella decisión aún carcomía su conciencia.

—Señor druida –alzó la voz Leto, un bardo de rostro alegre muy versado en el uso del arco de cazador. Su modo despreocupado y fresco modificó la apesadumbrada tónica que se había generado–. Tengo una pregunta acerca de Maki.


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