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5. La mala opinión social que sobre los abogados suele tenerse –como profesionales monetizados que siempre se lucran, igual si el cliente gana como si pierde–, viene de lejos y la verdad es que la literatura y la opinión circulante utiliza caricaturas crueles y exageradas de la profesión. El agudísimo Quevedo (1580-1645), en El Sueño del Juicio Final, o Sueño de las Calaveras (escrito entre el 1606 y el 1623 y editado en 1627) habla de la condena de un abogado que había tenido todos los derechos con córcovas, es decir, jorobados o malformados. Su admirador, e imitador hasta donde le permitió su menor genialidad, Diego de Torres Villarroel (1693-1770), se dirige al fantasma de Papiniano (150-212) –uno de los grandes artífices del Derecho romano– y le explica que… “el tener capa es porque huyo de letrados, procuradores y escribanos, pues cuantos han pleiteado se quedan sin ella y sin camisa… al que me injuria, perdono; al que me roba, disimulo y de esta suerte estoy bien hallado”. Por su parte, Jean de la Fontaine (1621-1695), en sus Fábulas, publicadas entre 1755 y 1759, incluye la titulada L’Huître et les Plaideurs, describiendo la peripecia de dos ciudadanos que, en una playa, demandan ambos la propiedad de una ostra por haberla visto u olido antes que el otro. El letrado mediador se la sorbe de inmediato, pero obsequia a cada litigante una valva y les tranquiliza exonerándoles del pago de cualquier gasto por la merced, de lo que obtiene el poeta la moraleja de que mejor no litigar si el pleito finalizará llevándose el picapleitos la sustancia y dejando a los litigantes la morralla o, sea,… “le sac et les quilles”… [pulcrísima es la edición, Fables, Texte Intégral, Paris (Ed, Gründ), 2000, con ilustraciones de Adolf Born (1930), apud. pág. 372; de las ediciones españolas tiene un encanto especial la de Montaner y Simón, de 1885, con ilustraciones de Gustav Doré (1832-1883), apud. pág. 257].

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