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Es así la abogacía la más excelsa actividad de ayuda al prójimo, seguramente incomparable con cualquier otra actividad profesional, lo que explica que sea la única que ha dado lugar a varios sustantivos [abogador, abogaduría, abogación y abogamiento] y, sobre todo, al verbo abogar, sin paralelismo en las restantes profesiones liberales, pues incluso la más cercana, medicar, está desprovista de la grandiosidad de aquélla, quedándose en el plano estrictamente instrumental de administrar medicinas, sinónimo de medicinar. En cambio, abogar tanto significa defender en juicio, por escrito o de palabra, como interceder, hablar a favor de otro, defender, mediar, proteger, apoyar, respaldar, auxiliar, ayudar, patrocinar… El término advocación, que más tarde ha adquirido un significado escatológico, surgió a mitades del siglo XV, desde el latín advocatio, para significar la acción de llamar al abogado o protector.

4. Ejercer responsablemente la profesión de abogado implica un colosal esfuerzo, día a día, no siendo lo peor, pese a que así suele entenderse, el respeto de los plazos para evitar la decadencia de las acciones, sino la preparación de los casos encomendados, siempre de dificultad mayor de la que a primera vista parece. Un error aislado es dramático y escasamente disculpable si lesiona los intereses del cliente, al margen de las responsabilidades de todo orden en las que el abogado pueda incurrir; pero la cadena sistemática de errores en el ejercicio profesional debería impedir el ejercicio de la profesión, y no solo por imposición legal o corporativa sino por propia estimación del abogado, la llamada “vergüenza torera”, sin duda la mayor aportación social de la fiesta de los toros. La complejidad creciente de la legislación no concede pausa a la actividad de estudio, sea cual sea la especialidad jurídica que se desempeñe, pues actualmente ninguna de ellas disfruta de la estabilidad normativa que conferían los grandes códigos decimonónicos, modificados ahora también de modo constante. A su lado, la jurisprudencia no solo es simultáneamente intrincada, sino abrumadora en el número de resoluciones a tener en cuenta, no solo de los juzgados y tribunales ordinarios sino también del Tribunal Constitucional y de los Tribunales Internacionales de ámbito regional o universal, en la seguridad de que, sin conocimiento de sus respectivas doctrinas, las lagunas interpretativas impiden hoy la correcta práctica profesional. Es cierto que el sistema de acceso a las fuentes documentales ha cambiado y que ahora las bases informáticas permiten localizar los datos que importan con mayor facilidad que antes. Pero los datos solo sirven si después de localizarlos se depuran, se asimilan y se proyectan al caso concreto de que se trate y esa tarea es enojosa y, desde luego, rigurosamente personal.

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