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Sin duda el aspecto clave en este camino son las personas, el innovador con todas sus capacidades, ilusión, y su equipo, el que él lidera y de que el gestor de innovación puede ser parte. Sin duda la innovación sucede esencialmente porque hay personas que la impulsan y sobre todo porque hay equipos que trabajan para hacerla posible.

Sin duda la innovación requiere de un equipo. Tal como nos recuerda Pere-Condom, uno de los autores de este libro, hoy, nadie, de manera individual, puede realizar una gran contribución tecnológica a la sociedad. La era de los inventores es cosa del pasado. La evolución tecnológica actual, de crecimiento exponencial, y la gran complejidad de las soluciones impiden las aportaciones solitarias. Hoy, el desarrollo de la tecnología es resultado de un trabajo conjunto y colaborativo. Y sistemático, ya que la máquina mundial de producción de tecnología está permanentemente en funcionamiento (7).

Y en este camino los fallos son compañeros ineludibles de los que aprender. Para enfrentarse a lo nuevo, para innovar uno debe estar dispuesto a errar, debe resistir cada de esos pequeños fracasos, aprovechando todo el aprendizaje que de ellos se puede obtener. Esto implica abandonar el estigma de fallo y normalizarlo como parte de juego, sin que por ello debamos dejar de asumir responsabilidades ni buscar el éxito con todas nuestras fuerzas. Un buen ejemplo de cómo una sociedad innovadora se enfrenta al fallo es el museo del fallo creado en Suecia en 2017 (https://museumoffailure.com) que, partiendo de la premisa de que la innovación necesita fracaso, aglutina una colección de productos y servicios fallidos de todo el mundo para brindar a sus visitantes una experiencia de aprendizaje fascinante y aportar una visión única del arriesgado negocio de la innovación.

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