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Finalizada la guerra, sin embargo, el gobierno franquista derogaría tales avances, a través de la Ley de Represión del Aborto de 1941, cuestión que, no obstante, no impediría que se siguieran llevando a cabo en la clandestinidad por parte de las propias comadronas, mayoritariamente. Para las mujeres sin recursos económicos –las familias adineradas solían acudir al “turismo abortivo”, viajando a otros países–, esta práctica precaria seguiría suponiendo, sobra decir, un grave peligro. Así las cosas, la preocupación del régimen llegó a ser tal que se comenzaría a llevar a cabo una auténtica persecución para analizar y esclarecer cualquier tipo de pérdida –sobre todo cuando, como resultado, la intervenida fallecía–, a través de la imposición, a los propios médicos, de informar de cualquier ingreso por causas sospechosas. Y aunque también existieron médicos que realizaban dichas prácticas, eran siempre las comadronas las que solían ser acusadas y juzgadas, debiendo probar su inocenciassss1. Así pues, lejos quedaba ya la idea de “dignificar” a la mujer, haciéndola dueña de su cuerpo y su maternidad, que se había planteado durante los últimos tiempos de la II República, algo que llevaría muchas décadas poder recuperar.

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