Читать книгу Espiados. Un agente: Marcelo D'Alessio. Un juez: Alejo Ramos Padilla. El poder argentino, en jaque онлайн
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Pasadas las 13 horas, Carlos Ernesto Stornelli saludó con la mano al espía y lo hizo pasar a su oficina. Dentro de ella, D’Alessio presentó a Brusa Dovat. Luego de la formalidad, el funcionario se sentó en su silla con respaldo tapizado, Marcelo Sebastián se posicionó enfrente –solo los separaba un escritorio– y metros atrás y algo rezagado el empresario arrepentido. Luego de cinco minutos, Stornelli levantó el tubo de su teléfono, se comunicó con una letrada y le pidió que viniera a buscar a Brusa Dovat. D’Alessio se quedó a solas con Carlos Ernesto y Gonzalo se fue con una rubia de estatura promedio que vestía una remera manga corta negra estampada que iba a a tomarle la denuncia en una computadora que se encontraba en un despacho contiguo.
En treinta minutos la empleada le tomó declaración. Luego de ello, y mientras Gonzalo leía que lo transcripto fuera lo que él había narrado, notó que D’Alessio estaba a pocos metros de distancia con su iPhone en la mano. El espía había sacado fotos del hecho. Ninguno de los presentes le indicó a Brusa Dovat que tenía derecho a brindar su testimonio en soledad, o al menos sin la presencia de terceros ajenos al proceso. Las garantías de la víctima fueron vulneradas.