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Cuando desperté estaba de espaldas a Nina, quien abrazaba mi cintura con uno de sus brazos. Aún somnolienta, sentí que acariciaba y besaba mi hombro. Me volví. Me miraba sonriente.
—Buenos días, bella durmiente.
—Buenos días —respondí abrazándome a ella—. ¿Qué tal has dormido?
—Muy bien, como un bebé. Así que diecisiete años más… Anoche me dejaste exhausta —comentó riéndose.
—¿Y cómo crees que me dejaste a mí? —respondí riéndome también.
—Te amo —musitó en mi oído.
—Hummm… Me apunto a este despertar todas las mañanas. —Querrás decir al mediodía.
Miré mi reloj. Era la una del mediodía. Me costaba trabajo dejar de abrazarla, pero tenía que levantarme. Me fui derecha a la cascada para espabilarme del todo. El agua estaba casi helada, lo que me hizo volver rápidamente al estanque, donde me zambullí dejándome abrazar por una calidez agradable. Vi que Nina se dirigía también a la cascada y a continuación se unió a mí en el estanque. Nadamos un poco y nos sentamos en la rampa. Nina abrazó mi cintura y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Tras unos minutos, me preguntó: