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Fui tras ella, cogí una toalla y comencé a secarle la espalda, aunque no fue más que una disculpa para volver a abrazarla, acariciar sus senos y besarla en el cuello. Me encantaba su cuello. Nina se volvió sonriendo y me besó en la boca.

—Será mejor que nos vistamos o nos vamos a quedar heladas. Ya te desnudaré después.

—¿Es una promesa? —pregunté mientras terminaba de secarme y empezaba a vestirme.

Nos preparamos una ensalada con los ingredientes que Nina fue sacando de la mochila y nos sentamos a comer. Después tomamos una infusión de hierbas, echamos otro par de troncos al fuego y nos recostamos en los cojines tapadas con una de las mantas. La somnolencia nos fue venciendo y abrazadas nos quedamos dormidas casi dos horas. Cuando despertamos avivamos la fogata, pues hacía un poco de frío. Volvimos a arrebujarnos entre los cojines con las mantas. Entre beso y beso, pregunté:

—¿Cómo descubristeis este lugar?

—No sé cuándo lo descubrieron. Yo lo conozco desde siempre. Solo sé que nuestros padres lo conocían, que nuestros abuelos y bisabuelos lo conocían, pero no sé exactamente qué antecesores de nuestro árbol genealógico dieron con esta cueva. Quizás nadie la descubrió. Quizás vivían aquí. Quizás nacieron aquí. Quizás se refugiaron aquí huyendo de algo. Quizás salieron del mar. Quizás nadie descubrió la gruta, sino que sus habitantes descubrieron el exterior y fundaron la aldea.

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