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La verdad es que pasar la noche en aquella gruta imponía un poco. Cuando se acababa la luz del día, el resplandor del fuego o la tenue luminosidad de las velas parecían agrandar aquella caverna, dando la sensación en algunos momentos de que aquellas sombras adquirían vida propia y se movían entre las rocas. Creo que si hubiese estado sola no habría conseguido dormir ni un instante, y eso que no me considero una persona miedosa; pero pensar dónde me encontraba y, sobre todo, ser consciente de que había otras dos galerías que, en la oscuridad, más que ver, adivinaba y que aún no sabía adónde conducían lograba que me sintiese un pelín inquieta, lo que hizo que me abrazase más fuerte a Nina. Ella me miró sonriente.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
—¿De qué tipo?
Nina me dedicó una mirada burlona y soltó una carcajada. Nos levantamos, echamos otro par de troncos al fuego y terminamos con el surtido de queso y fiambres.
—La próxima vez que vengamos hay que traer más leña, queda poca.
—¿Soléis venir mucho?