Читать книгу Más allá de las caracolas онлайн

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Nina me miró sonriente, se levantó, se quitó la ropa y se dirigió al estanque:

—Ven, agradécemelo en el baño.

La seguí y nos zambullimos en el agua. Nadamos unos minutos y volvimos a tumbarnos en la rampa.

—¿Sigues teniendo hambre? —preguntó Nina con una sonrisa burlona e incitadora.

—¡Ah! Pensé que no quedaba más queso —respondí riéndome mientras comenzaba a juguetear con mis manos sobre su cuerpo y sentí las suyas sobre el mío. Cuando volvimos al amparo del fuego estábamos casi agotadas. Nos secamos, volvimos a añadir dos troncos, nos preparamos otro par de infusiones y nos metimos en los sacos.

—Nina, tengo un par de preguntitas antes de dormirnos —dije con voz un poco mimosa.

—¿Solo dos? Venga, pregunta.

—Antes has citado un Consejo de los Mayores. Nunca os he oído mencionarlo.

—Ya has visto que todo lo concerniente al día a día de la aldea o cualquier problema que surge se resuelve democráticamente en asamblea, y has comprobado también que la fraternidad está fuertemente arraigada. Pero hay algunas cuestiones delicadas, como, por ejemplo, lo concerniente a este entorno, que hay que tratarlas en otro ámbito, porque nuestra responsabilidad para salvaguardar ciertos asuntos prevalece por encima de cualquier otra consideración. Y es ahí donde son necesarios la actuación y el liderato del Consejo de los Mayores, las siete personas más ancianas de la aldea.

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