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En ese momento la miré totalmente alucinada, porque acababa de hacer la radiografía de uno de los fallos que durante toda mi vida me habían acompañado. Me recordaba empezando multitud de cosas que abandonaba no tardando mucho porque en el horizonte de mi curiosidad había aparecido otra cuestión que despertaba también mi interés. Así, siempre había ido saltando de un tema a otro sin conseguir profundizar del todo en ninguno. Nunca había conseguido ser maestra de casi nada, pero, eso sí, siempre había sido aprendiz de todo. Por eso volví a mirarla asombrada.
Nina se dio cuenta, interrumpió su razonamiento y me interrogó con la mirada.
—Pero ¿cómo puedes saber eso de mí? Hay veces que me asustas un poco.
Se echó a reír y acarició mi rostro.
—No es que lo sepa, pero me he dado cuenta de que eres un poco impaciente y sé que la impaciencia no es buena si quieres comenzar el camino de la evolución espiritual.
Fui consciente de que, en cuestión de psicología, Nina era una experta. Le di las gracias por su advertencia y me abracé a ella de nuevo. Así permanecimos durante mucho tiempo, disfrutando del silencio que nos envolvía, solamente roto por el leve sonido de la pequeña cascada, y viendo cómo la claridad, que entraba por los orificios de la roca, se iba diluyendo, permitiendo el regreso de las sombras producidas por la luz de la pequeña hoguera.