Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–¡Hum! Sabes muy bien que nuestro hijo estaría de lo más feliz que así fuera... ¡Tanto que le gustan los perros! –recordó ella, mirándolos con un dejo de sentimentalismo.

Una vez en el vehículo, se secaron el cabello, y se despojaron de los sobretodos mojados, uniéndose posteriormente en un beso dulce y apasionado. Desde el norte, se había levantado un viento fuerte y translúcido, el que, con su violencia, hacía retorcerse de dolor a los árboles frondosos y redondos, cuyas raíces levantaban el pavimento de las veredas. Las luminarias también recibían lo suyo, siendo zamarreadas de un lugar a otro, provocando pequeños cortocircuitos que a ratos dejaban la cuadra en penumbras. La pequeña lluvia, la matapajaritos, se estaba convirtiendo en un gran dolor de cabeza.

A orillas del mar no era menos, las olas se levantaban ufanas de su grandeza, azotando sin piedad los roqueríos y enviando la espuma a través del viento hasta la mitad de la costanera. Pocos eran los osados aventureros que jugaban a eludir el oleaje y a no dejarse apachurrar por el salado chapuzón. Aparcaron frente a la playa y, en un acto no premeditado, ambos abrieron sus respectivas puertas y corrieron desenfrenadamente en dirección al mar. Lorena había tenido la precaución de sacarse los zapatos, lo que ayudaba a que sus pequeños pies no se enterraran en la mojada arena. Él solo se preocupó de tirar el vestón y de correr lo más rápidamente posible para ganarle a su esposa. Era el único par de locos que, bajo el celestial diluvio, en un acto digno de Charles Chaplin, se revolcaba en la arena esperando que una avezada ola los cubriera por completo.

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