Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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El mozo, que los observaba desde que habían ingresado al establecimiento, esperó el ademán del caballero y se acercó a tomar prestamente el pedido. Anotó en su comanda y, de nuevo, los dejó solos. Él le contó del auto.
–¡Hum! Tú no estarás –dijo Lorena–. Me imagino quién tendrá que retirarlo.
–Si es que te queda tiempo –dijo en tono de víctima–. Si no es así, le diré a alguien del trabajo que lo haga.
–¡Tonto! –gruñó ella, frunciendo el ceño–. Sabes que solo espero que me lo pidas.
El mozo se acercó a la mesa y depositó en ella los jugos solicitados. Esperaron que este se fuera y al unísono levantaron los vasos haciéndolos chocar. Brindaron por... sencillamente estar juntos. No obstante, Lorena no paraba de sonreírle. Como si quisiera contarle muchas cosas, hasta que de pronto largó:
–¡Cariño mío! De alguna manera tengo que contarte lo que nos está sucediendo.
Ramiro se incomodó, creyendo que tocaría el mismo tema de siempre.
Ella prosiguió:
–Ayer, en el cóctel al que asistí, hubo un momento en que me sentí bastante mal. Tu entiendes; estómago revuelto, náuseas, en fin.