Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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–¿Qué hacemos señor? ¿Retiro el autobús? –consultó el chofer. Ramiro se enderezó y miró a su mujer, se encogió de hombros e hizo una mueca con la boca. El conductor volvió a hablar–: Si desea que le paguen los daños tendría que poner la denuncia en Carabineros y, después acompañarme a la Asociación. El abogado de la empresa tomaría el caso.
Ramiro lo miraba moviendo la cabeza. Cuando el chofer terminó, él dijo:
–¡Ya, compadre!¡Yo me encargaré de los daños! No tengo ninguna intención de perder tiempo y dinero en un juicio con ustedes. Así que olvídese, y gracias por la preocupación.
Invitó a su mujer a abordar el vehículo y reemprendieron la marcha. Ella, más repuesta, le tomó la mano y se la besó.
–¡Gracias por no enfadarte! Creo que has hecho lo correcto –le dijo.
Él sonrió y luego, le arriscó repetidamente la nariz.
–No es nada, corazón mío. Eres tú la que me da esa calma.
Una vez llegado al trabajo de su esposa, estacionó subiéndose a la vereda y se bajó para abrirle la puerta. Le brindó la mano y luego la besó en los labios. Lorena carraspeó aclarándose la garganta y le susurró al oído: