Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн

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–¡Buenos días, Ana María! –Ella respondió el saludo compungida–. ¿No se dio cuenta que nos habíamos quedado dormidos?

–¡Sí, señora! Pero como ni siquiera sonó el despertador, pensé que se iban a levantar más tarde.

Lorena levantó las bien formadas cejas negras y con pesar se dirigió a su esposo:

–¿No pusimos el despertador?

Ramiro no pudo menos que reírse.

–¿Y qué me dices a mí? Tú eres la encargada. ¿O no?

Lorena se bebió la leche de un viaje y no dijo nada. Le robó una tostada y salió arrastrando la cartera. Él corrió detrás. El panorámico espejo del ascensor sirvió para corregir algunos detalles del vestuario y para que el matrimonio se informara que ese día habría corte de agua después de almuerzo.

–¡Hum! Llamaré a Ana María para que junte un poco –dijo Lorena–. La semana pasada dijeron que era hasta las tres el corte y... ¿te acuerdas que llegó como a las siete?

–¡Detallitos! ¿Manejas tú?

Le alcanzó las llaves.

–¡No! –contestó desinteresada–. No estoy de humor para ello.

Después de abrir la puerta para que subiera su mujer, recorrió el corto trecho hasta su asiento y echó a andar el motor. Organizó un poco el desorden de cosas que había en el asiento trasero y activó el portón automático. Al salir a la intemperie una lluvia de mugre se deslizó desde el techo sobre los vidrios. Accionó el limpiaparabrisas junto con el sapito, hasta que se formaron dos medialunas de limpieza entre el polvo y los restos de hojas.

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