Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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–Ramiro miró el sobre y lo tomó para abrirlo.
–¡No lo haga! –le ordenó el hombre–. ¡Guárdelo! Y verifíquelo después.
El extraño tomó el bastón y el sombrero, y se incorporó. Dio un paso al frente y sonrió sarcásticamente.
–¿Sin resentimientos, amigo mío?
Ramiro, que ni siquiera intentó levantarse, medio volvió la cabeza y observó la mano extendida. Ante todo soy un caballero, pensó. Se levantó y aceptó el saludo.
–¡Sin resentimientos! –repitió. El exmilitar no dejó de sonreír.
–¡Adiós! Ojalá nos volvamos a ver –fue lo último que dijo.
Luego de eso salió del reservado y se dirigió por otro pasillo hacia la calle posterior. El guardaespaldas que vestía de traje lo siguió. Ramiro esperó, según lo habitual en estos casos, unos diez minutos y se acercó a la caja. Pagó su primer consumo y adquirió una nueva cajetilla de sus Camel preferidos. Eran cerca de las doce de la noche cuando salió a la calle, buscó su vehículo y lo puso en marcha. Mientras manejaba en dirección a Viña del Mar, sintió un calor horrible, parecía que el cielo lo apretujaba contra el asiento. Bajó el vidrio y sacó el brazo hacia afuera, lo levantó hacia el techo y extendió la palma de la mano frente al viento, logrando que una cierta cantidad de aire penetrara directamente hacia su rostro. Viró por Libertad y luego cruzó hacia las calles aledañas. Pasó las intersecciones de varias arterias manejando suavemente. Metió la mano en la chaqueta y sacó el sobre con el dinero. Lo olió largamente y después lo depositó debajo del friso de goma, junto con sus documentos. Había poca luz y los transeúntes eran escasos.