Читать книгу Exabruptos. Mil veces al borde del abismo онлайн
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El café quedaba ubicado en un subterráneo de la avenida de Los Libertadores y a él asistían muchos hombres solos, ya que en cierto modo el espectáculo era para ellos, lo cual no era un impedimento para que también llegaran mujeres. El lugar, que contaba con tres niveles independientes entre sí, podía ser aprovechado, además, para escuchar una selección de música interpretada por Jacinto en su pequeño piano, o para beber una artesanal cerveza del puerto y entablar conversaciones. Muchos de los clientes ya se conocían, por lo que algunos días se transformaban en verdaderos encuentros familiares. Allí tuvo tiempo para ordenar sus ideas y clarificar el panorama del próximo viaje. Ya había estado en Colombia dos veces, una por la empresa y otra por turismo. En esta oportunidad, no se podía permitir extravagancias, ya que tanto el tiempo como las circunstancias se lo impedían. De todas maneras, se dijo, me daré maña para pasar aunque sea unos dos días en Cartagena de Indias.
Bebió su old fashion de pie y recorrió el salón con la vista. Había varios rostros conocidos, pero no les hizo caso. Se apoyó en el piano y esperó un par de minutos, al cabo de los cuales pasó junto a él un individuo decrépito. Tendría unos sesenta y cinco años, bajo, regordete, calvo y con un bigote bien recortado, quien dejó caer descuidadamente un bolígrafo Pentel. Era la señal. Esperó un lapso prudente y fue tras sus pasos. Poco se demoró en recorrer el pasillo en penumbras y encontrarse de pronto, frente a un frío pero bien cuidado reservado.