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Ese miedo de fondo heredado de las madres, ese canto de tonos bajos que amenaza la canción de la vida. Pensó que si no lo enfrentaba y lo dejaba creer en su triunfo él no la dañaría.

Así, un rato más tarde, lo sentía dormir y se tranquilizó. Había aprendido que se podía olvidar lo incómodo y también se durmió.

Pero las inflamaciones son un proceso en cascada y se toman un tiempo antes de ceder. Y en este hombre no había terminado. Le tomó la mano y la puso sobre sus genitales. Ella tocó algo duro, suave, desagradable, muy desagradable. Él le guiaba la mano para que lo frotara. Ella se resistió. Yo no quiero esto, no entiendo la razón. Su cuerpo de niña se hizo piedra, rígida otra vez. El recién inaugurado tejido encementado se irguió para hacerse muro. ¿Por qué quiere que le toque ahí? ¿Por qué ahí? No entendía.

Tenía catorce años, no sabía. Había mucho que no sabía.

No recordaba historias que explicaran algo así. No encontraba las palabras que pudieran socorrerla en una situación como esa.

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