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La taquicardia aflojó en la medida que el cuerpo fue alejándose de sí mismo y ya sin rabia, sin vergüenza, sin miedo llegó a sentirse como un ángel luminoso y asexuado. Solo que ese ángel estaba confundido. ¿Porqué al eliminar el cuerpo cuesta tanto razonar? ¿Qué se hace cuando la barbarie se presenta en un momento y lugar donde no se puede escapar?
No sabía de esos procedimientos.
Tenía catorce años. Había mucho que no sabía.
El jefe, en cambio, experimentó el poder de su seducción. Convencido de que ella cedería ante tanta atracción. Se sintió hermoso, elegido, triunfante. El poder le llenó cada espacio intercelular, le inflamó todo músculo y la propia imagen se elevó. Sintió que esa noche ya la amaba con toda la fuerza que un hombre puede amar a su musa.
Porque ella al dejarlo hacer lo dejó preso en su fantasía omnipotente.
No pudo desarmarle el hechizo grandilocuente que lo empujaba a actuar.
Su miedo le dio el pase.
No solo el de lo vivido esa noche sino el miedo heredado de generaciones de mujeres sometidas a ese sentido común.