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Sí, aplanarse. Ser una llanura infantil.

No sabía cómo escapar, cada momento era más difícil hacerlo. Una tela de araña pegajosa, maloliente, se iba tejiendo sobre su piel y la cementaba mientras esa mano exploraba la superficie de su planeta. Respiraba agitada y tenía la taquicardia del prisionero torturado. La fina tela que su propio cuerpo creó esa noche se fue secando rápidamente hasta hacerse cemento áspero y duro. Un cemento salvador que logró separarla de esa mano intrusa.

Esa fue la solución.

La mano no logró abrir a destiempo los cerrojos de la intimidad y la infancia creyó continuar. La tragedia de ese día de la Independencia nacional siguió sosteniendo el foco en la muerte de un padre y su hija. No hubo desvíos inconvenientes del sentido. Esa noche se velaba dos muertos, no era una noche para incomodar a los deudos. A ellos se los acompañaba, se los consolaba. Ellos eran las víctimas del destino, no ella.

Así fue como protegió el sentido. El común. El sentido de todos. Perdiendo parte del propio.

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