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De pronto apareció un mantra: ya pasará, ya pasará. Sh, sh. Una repetición que de tanto sonar producía el vaivén de una cuna.

Tenía catorce años.

Soñaba con salvar el mundo.

No sabía de qué.

Seis

Al día siguiente y luego de los ritos fúnebres, el programa de la Acción Social siguió su curso. Se reprogramó la jornada antes planeada para dos días, en solo una tarde larga. Se seleccionarían y distribuirían las tareas para ese verano. La mejor amiga de la hija mayor había ofrecido el campo de su abuelo para esta reunión extensa. Se ubicaba a pocos kilómetros de la ciudad. Sus padres solían ir los fines de semana y los esperarían con un carnero al palo para el almuerzo y caballos para pasear.

El padre de la mejor amiga de la hija mayor atendía las plantaciones de nogales y guindos. La propiedad pertenecía a la familia de la madre hacía tres generaciones desde que el bisabuelo la adquirió con ahorros traídos de Europa en su inmigración. La madre la heredó de su propia madre y ahora su marido era quien se encargaba de mantenerlo productivo.

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