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Jesús, quiero que cures todas mis heridas. Tú me defines, no mi pasado.

6 de febrero

El remedio extraño


“Y, así como Moisés levantó la serpiente de bronce en un poste en el desierto, así deberá ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15, NTV).

Cuando la segunda generación de israelitas llegó al borde de la Tierra Prometida, cuando podían casi tocarla y oler el salitre del Mar Muerto, los edomitas se negaron a darles paso. Para rodear la tierra de Edom, los israelitas debieron darle la espalda a Canaán y desandar el camino andado, retornando al desierto. Desanimado, el pueblo murmuró contra Dios y contra Moisés. “¿Por qué nos sacaron de Egipto para morir aquí en el desierto? —se quejaron—. Aquí no hay nada para comer ni agua para beber. ¡Además, detestamos este horrible maná!” (Núm. 21:5, NTV). Entonces, serpientes venenosas, de las que habían sido protegidos por casi cuarenta años, comenzaron a atacarlos.

Cuando el pueblo se humilló, Dios recetó un tratamiento extraño: le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera sobre un asta. El que mirase a la serpiente, viviría. No hay una conexión lógica o científica entre mirar a una serpiente de bronce y ser sanado. En Patriarcas y profetas, Elena de White comenta que “hubo quienes se negaron a creer que con solo mirar aquella imagen metálica se iban a curar. Estos perecieron en la incredulidad” (p. 457). ¿Notaste eso? ¡Algunos prefirieron morir a verse como tontos! Como mirar a una serpiente de bronce era un remedio “necio”, algunos prefirieron morir en su “inteligencia”. Recuerda: tú no eliges el tratamiento, Dios elige cómo sanarte.

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