Читать книгу Sin miedos ni cadenas. Lecturas devocionales para damas онлайн

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Una de mis mejores amigas dice que tomó más en serio su responsabilidad de sanar emocionalmente una vez que comenzó a tener hijos, porque no quería heredarles su dolor o sus miedos. Creo que tiene mucha razón, porque como dice Richard Rohr en Things Hidden [Las cosas ocultas]: “Si no transformamos nuestro dolor, seguramente lo transmitiremos. Si no encontramos la forma de transformar nuestras heridas en heridas sagradas, invariablemente nos rendiremos ante la vida y la humanidad”. Esta idea de transformar heridas en algo sagrado me conmueve. Dios no solamente nos sana, sino también transforma nuestras heridas (las mismas que si no se trataran transmitirían dolor a las próximas generaciones) en una herencia santa. ¡Las cicatrices cuentan una gloriosa historia! Cuando Dios nos sana, pasamos de contagiar dolor a contagiar esperanza, de multiplicar trauma a transmitir vitalidad.

Así como las herencias físicas, las espirituales deben ser planeadas. Un legado santo nunca es el producto de la casualidad. Es imprescindible reflexionar, darnos cuenta de qué recibimos nosotras mismas y qué deseamos transmitir. Será necesario orar, perdonar, sanar y ser pacientes con el proceso; pero también atrevernos a contar la historia. Muchas veces, es justamente a través de un relato que un legado pasa de una generación a la otra (Jos. 4:6, 7). Las historias de nuestras heridas sanadas, oraciones contestadas y aventuras con Dios, serán un depósito inicial en el banco de la fe de las generaciones venideras.

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