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Karl permaneció durante un buen tiempo más en la barandilla, mirando al mar y repasando en su mente todo lo que había vivido durante aquel largo día. Solo el rítmico golpe de las olas contra el casco del barco interrumpía el silencio de esa estrellada noche tropical.

Monrovia

El triple sonido ronco de la bocina lo hizo sobresaltar de su profundo sueño. Era la señal de llegada del SS-Wadai a Liberia. Lejos de la costa, en aguas profundas, habían lanzado las anclas. A unos 5 kilómetros de distancia, recostada sobre una bahía, se encontraba la ciudad Monrovia.

No existían instalaciones portuarias. Como los grandes barcos de ultramar no se atrevían a entrar en las aguas rocosas y sembradas de bancos de arena de la bahía, se anclaba a gran distancia. El transporte de personas y mercancías se efectuaba con embarcaciones especialmente diseñadas.

El triple aviso de la bocina del barco era la forma habitual con que los vapores informaban de su llegada. Todo el mundo distinguía aquella señal. Y eso solía desencadenar de inmediato una dinámica actividad en las habitualmente somnolientas calles de la ciudad. Aquella mañana no fue la excepción.

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