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Debo rescatar varias cosas de este espacio, como definitivamente mi dignidad personal y la formada por mi hogar son más fuertes que seguir como borrego, cumpliendo mandatos de vida e historia grupales, pero lo que es claro es que de repetir algún tipo de suceso similar, no lo haría desde la efervescencia de la inconciencia y el extremo de la no razón que deja el licor y sus efectos; hoy, como adulto afrontaría la conversación con más responsabilidad y entereza para hacer cierres más adecuados y menos traumáticos.

Escribiendo esto, recuerdo la postura física de mi esposa frente a lo que sucedió: se mantenía erguida, con la cabeza en alto, su pecho salido y sus brazos firmes y fuertes, se veía empoderada, segura de sí misma, irradiaba una confianza increíble y a su vez una postura que demostraba dominancia, poder, empoderamiento, una forma de pararse ante el mundo desde su dignidad, la cual nunca dejó que fuera transgredida, ya que expresó sus comentarios, defendió su posición, no la negoció y se retiró, habiendo dejado en claro su punto de vista, y hoy la comparo con la que yo tomé en el momento de sacar a mis amigos de la casa, no muy distinta a la que tenía mi esposa, solo que en mi caso estaba un poco más volcado hacia atrás, a modo de defensa, por si tenía que defender mi postura, inclusive con violencia. Afortunadamente no sucedió, pero rescato de esto que manifiesto la probable y posible forma de pararse digno frente al mundo, una postura que da poder para valorar, validar y dar sentido a sentirse digno.

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