Читать книгу Los que susurran bajo la tierra онлайн

4 страница из 19

Al día siguiente, Raimundo volvió a la capilla y se sentó a rezar con la esperanza de escuchar nuevamente el eco del ángel. Esperó mucho rato, pero cuando estaba a la mitad de su décimo Padrenuestro se coló de nuevo la voz. Esta vez la escuchó más clara y afligida, y la frase que distinguió lo sobrecogió: «Dios mío, déjame morir». Raimundo no salió corriendo como la última vez, estaba decidido a ver al ángel. «Las voces tienen dueño», pensó.

La luz de la mañana se filtraba por las vidrieras iluminando la reducida bóveda de piedra canteada. El niño observó el lastimero rostro de Cristo inclinado hacia un costado, casi indiferente al milagro. La voz emergió de nuevo y Raimundo la siguió atentamente hasta el altar. Detrás de él descubrió una puertecilla de madera cerrada con llave. Acercó su oído al postigo y escuchó con nitidez el llamado angelical. Raimundo no se atrevió a responderle, le preocupaba asustarlo. Intentó en vano abrir la puerta. «La llave». ¿Dónde podría encontrar la llave? ¿Estaría dentro de la capilla? Inspeccionó el lugar a tropezones y no encontró nada a simple vista. Entonces pensó en el sagrario. Se arrodilló a los pies de la imagen de Cristo y pidió perdón por lo que estaba a punto de hacer. Abrió la caja litúrgica y tomó el copón dorado; dentro de él había una llave cilíndrica de metal.

Правообладателям