Читать книгу Los que susurran bajo la tierra онлайн

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–Bravo –exclamó con alegría infantil.

Dejó el copón en su lugar y cerró la caja. Luego se aproximó a la puertecilla e introdujo la llave en la cerradura, la hizo girar y el postigo cedió hacia el interior liberando una corriente de aire hediondo. Raimundo hizo una mueca de asco y se tapó la boca con un brazo, pero aun así no declinó. La puertecilla medía casi un metro de largo y era bastante ancha para que cualquier adulto entrara encorvado. Miró hacia dentro y notó una escalinata de madera que descendía desde el otro lado hasta un pozo de oscuridad.

El eco milagroso había cesado y el niño dudó si entrar o no. En seguida recapacitó: ¿no lo había guiado Dios hasta la llave? «Claro que sí». Dios vivía en la capilla, eso le había asegurado el padre Giuseppe. Quizás el ángel podría concederle un milagro; le pediría que curara al abuelo para que cumpliera su promesa de llevarlo a volar en el Hawker Hunter que bombardeó a los comunistas en la Moneda.

No era un mal niño, él lo sabía: hacía las tareas, rezaba todas las noches por la Patria, quería mucho a sus papás y cuidaba de Celeste. Lo de la caja de galletas había sido una equivocación, lo había tentado el Diablo. Dios lo entendía. Se animó y decidió descender por la escalera. En ese instante lo que él creía que era un ángel se dejó escuchar fuerte y claro: «¡Una luz! ¡¿Quién?!».

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