Читать книгу Un domingo cualquiera онлайн
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Otras circunstancias, más personales del presidente, consideraba que no estarían en inminente urgencia familiar.
“Será, tal vez, algún episodio de intriga... que se irá despejando”, pensaba al momento de cruzar el portón de su casa, protegido por guardias que impedían el acceso a decenas de periodistas atiborrados frente a la reja, con micrófonos y cámaras que se abalanzaron a las ventanas del vehículo oficial.
En la puerta de entrada estaba precisamente su madre, con cara afectada y un tanto severa. Tras el porche, ya adentrada, estaba Blanca, vestida de negro y llorosa, con sus hijos rodeándola.
Lo que le resultó más impresionante fue ver, tras años, a su hermano, ingeniero comercial y luego sacerdote de orden religiosa tradicional, sentado en la banca del hall, asistido por su hermana en común. Y con quién tenía un permanente vínculo ―no así con el presidente―, desde la infancia, por su obsesión por su madre.
Hasta su información, seguía en Roma a cargo del Banco del Vaticano.
IV. La familia presidencial