Читать книгу Sobre hombros de gigantes онлайн

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Los padres no se demoraron. Fue mi primer encuentro con una familia que serían pacientes, compañeros y amigos en los primeros años de mi trabajo en Chile.

También había aprendido que en ese momento son necesarias pocas palabras porque, al escuchar el diagnóstico, el shock inicial es monumental. Me gusta sentarme frente a ellos y decirlo sin ambages. Espero la reacción. Las preguntas. Y aprovecho casi siempre, a pesar del riesgo que implica, de dar una nota de optimismo: el cáncer en niños se puede tratar y se puede curar.

Hugo y Sandra me pidieron que me hiciera cargo de su hijo, Felipe, quien ese mismo día se quedó en el hospital para iniciar su tratamiento y, con mi equipo, nos convertimos inmediatamente en los guías de esta familia dentro de esa dimensión desconocida en la que debutaban.

Concretamente, el Servicio de Pediatría de la Universidad Católica ocupaba el séptimo piso del edificio nuevo inaugurado en 1987. Debido al terremoto de 1985 se restringieron los fondos de equipamiento y tanto el mobiliario como los instrumentos médicos eran precarios. Había una habitación con doble puerta que se usaba como aislamiento para pacientes inmunosuprimidos -o con las defensas bajas- y que sería la preferida en los primeros años del programa de oncología. Además, teníamos una Unidad de Cuidados Intensivos razonablemente equipada gracias a una donación que hizo el hospital de niños de Washington en una gestión en la que tuve la oportunidad de participar. El banco de sangre proveía los productos adecuados a esa época: glóbulos rojos, plaquetas, plasma. El laboratorio general estaba bien provisto, en parte automatizado y tenía acceso a los exámenes fundamentales. El servicio de radiología contaba con ecotomografía y tomografía computadas. La farmacia tenía un stock adecuado de medicamentos para el apoyo de los niños en quimioterapia, fundamentalmente antibióticos, pero, curiosamente, no tenía quimioterapia y los pacientes debían comprar fuera del hospital. Los pabellones de cirugía funcionaban sin problemas. Sin embargo, y aunque mi mayor frustración fue el desconocimiento y la incomprensión de la oncología moderna entre colegas y funcionarios al comienzo, lo más estimulante era la calidad del equipo de profesionales en cada una de las áreas involucradas en el cuidado de los niños con cáncer y la respuesta a la mayoría de los requerimientos que fueron configurando el programa.

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