Читать книгу Sobre hombros de gigantes онлайн

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Decidieron trasladar a Ilan a nuestro servicio y que comenzara ahí su tratamiento. Cuando llegaron los papás conocí a dos personas jóvenes que iniciaban recién su vida con su único hijo. Ambas familias inmediatamente se cuadraron en torno a ese niño que parecía concentrar toda la atención y todo el amor del clan. Ilan recibió su primera quimioterapia y debió permanecer en el hospital por casi 30 días. Su madre no lo dejó ni un momento de los treinta días a pesar de que se fue cargando de frustración y cansancio.

Si para una familia completa el diagnóstico de leucemia en uno de sus niños es devastador, para una pareja es, quizá, aún más extremo. He visto arreglos de todo tipo: la mamá acompaña a su hijo en el día mientras el papá trabaja y, en la noche, él duerme con el hijo de ambos mientras ella vuelve a la casa a ver a los demás niños e, idealmente, descansar un poco. En otros casos la madre no quiere separarse de su cachorro amenazado y el padre resuelve parte de lo que queda pendiente y sus redes colaboran con lo demás. Las fórmulas son tantas como los pacientes, pero en todas sucede lo inexorable: la vida de la pareja sufre mientras el niño está hospitalizado. Lo tradicional, y más optimista, es pensar que estas tragedias tienden a acercar a las familias. Yo he visto lo contrario. El estrés por la cría en peligro demanda, desde la más profunda naturaleza, toda la atención materna y podría relatar pocos casos más claros de una mamá que abandona cada rincón de su vida por acompañar a su niño, que el de Jessica con Ilan.

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