Читать книгу Sobre hombros de gigantes онлайн

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Cuando los recibimos, yo ya era capaz de reconocer los signos de cansancio en una persona encerrada durante semanas en una habitación de hospital con un niño enfermo. Uno de los más claros es la irritabilidad que manifiestan contra enfermeras y médicos. Tuvimos discusiones acaloradas en algunas oportunidades y yo le pedí muchas veces que por una sola noche dejara a Ilan a cargo de su papá o su abuela, pero su negación siempre fue rotunda.

En algún momento el calvario cedió. El examen de médula ósea salió bueno, el niño estaba en remisión y los estudios genéticos confirmaban que su leucemia no tenía marcadores de mal pronóstico. Pudieron irse a su casa, conscientes de que podíamos seguir el tratamiento con quimioterapia y de que, si recaía, no había más alternativa que un trasplante para salvar a Ilan.

Jean Dausset vivió su infancia en la ciudad de Biarritz, en el país vasco francés. Su padre, médico igual que él, ejercía en el hospital de Bayona y convenció a su hijo cuando ya vivían en París, que entrara a estudiar medicina. Antes de graduarse estalló la Segunda Guerra y Dausset tuvo que abandonar sus estudios por un largo periplo por el norte de África. Destinado en Tunisia, tuvo su primer encuentro con la hematología a cargo de administrar transfusiones de sangre a numerosos soldados en una época en que esta práctica era muy rudimentaria, especialmente en el frente de batalla. Las reacciones que experimentaban algunos soldados a transfusiones en teoría compatibles le harían cuestionarse que otros mecanismos decidían la aceptación o rechazo de tejidos ajenos, lo que podría tener una enorme relevancia en el trasplante de órganos.

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