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Ahora bien, ¿significa esto que somos ciegos a los defectos de la persona que amamos? No. Sabemos que tiene defectos, porque nadie es perfecto. Lo que sucede es que no permitimos que esos pocos defectos nos impidan percibir toda la belleza que hay en el corazón del ser amado. Para decirlo lisa y llanamente, ¿quién va a estar viendo defectos cuando hay tanta virtud, tanta bondad que ver? ¿Y quién va a querer hablar de uno que otro defecto, cuando esta persona tiene tantas cualidades?

Hoy es un buen día para dar gracias a Dios por nuestros seres amados. También lo es para decirles lo mucho que los amamos; lo mucho que significan en nuestra vida. Esto último es muy importante. No es suficiente con que percibamos la belleza que hay en su corazón, hemos de revelárselo; de hacérselo saber.

¿Por qué ha de ser así? Porque, como bien lo dice Elena de White, “el amor no puede durar mucho si no se le da expresión” (El hogar cristiano, p. 88). Claro, mañana también podríamos decírselo; pero ¿por qué dejar para mañana lo que podemos hacer hoy?

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